viernes, 22 de agosto de 2008

039. "Te Quiero, Mariela"


Corrían los vientos que anunciaban el ingreso del invierno. En una pequeña iglesia de la ciudad de Santa Juana se casaban dos de mis mejores amigos: Gustavo y Mariela. Llevaban dos años de noviazgo y nunca se habían decidido a casarse. Pero eso era pasado. Se habían casado y nada ni nadie los podía separar... al menos eso se pensaba al principio.

El primer mes de casados fue de lujo. Su luna de miel fue en Cartagena de Indias, en Colombia. Se notaban bien unidos y eran muy felices. Nadie sospechaba de lo que podría ocurrir. Esta pareja se trasladó a Concepción por motivos de trabajo. Gustavo trabajaba en una empresa forestal. Era el gerente de aquella empresa, por lo que puedo deducir que la situación de Mariela y Gustavo no era mala.

Un día de esos, cuando la lluvia caía sin piedad sobre Concepción, Mariela llegó a mi casa a conversar conmigo.

- Sergio. Necesito hablar contigo – me dijo, con un claro signo se nerviosismo.
- Dime, Mariela.
- Resulta que mi esposo se está distanciando de mí... y no sé por qué.
- ¿Cómo es eso de que se está distanciando de ti? Explica.
- Mira. Resulta de que estos últimos meses han sido una pesadilla: llega tarde, no conversa mucho conmigo, se enoja por todo... creo que me está engañando... – se larga a llorar –
- No pienses eso, Mariela. Él no te está engañando. Sólo tienes que esperar a ver qué pasa. Te recomiendo eso sí que converses con él.
- Gracias, Sergio.

Dicho esto, se paró y se despidió de mí.

Percibí en ella de que había un problema muy grave. La situación se podía salir de control y podría acabar con la disolución de la relación. Gustavo estaba llegando tarde a la casa. Ya no hablaba con su esposa y se lo pasaba el tiempo trabajando. Los fines de semana salía con sus amigotes a tomar unas copas. Cuando Mariela le comentaba lo disgustada que estaba, él siempre le decía que siempre trabajaba y que necesitaba distraerse un rato. La situación era incontrolable. Mi amiga ya no tenía esposo prácticamente.

Finalmente ella se armó de valor y lo encaró uno de esos días en que llegaba borracho... muy mal hecho, por cierto.

- ¡ESTO ES INSOSTENIBLE! – le decía Mariela – No puede ser de que todos los malditos fines de semana salgas con tus amigos. Para más remate en la semana te lo pasas trabajando. ¿Y yo? ¿Cuándo vas a estar conmigo?
- Bah. – replicó Gustavo – O sea, porque tú quieres estar conmigo, yo no puedo estar con mis amigos. ¿Qué quieres que haga los fines de semana?
- Puedes conversar conmigo. Podemos salir a la playa, o al cine. Pero quiero que estés más tiempo conmigo. ¿Entiendes?
- Es que contigo me aburro – dijo Gustavo, riéndose, por los efectos de la cerveza –. Vo` no sirves pa`entretener. Ja, ja, ja.
- ¿Ah, si? Escucha Gustavo. Si esta situación no cambia, me veré en la obligación de irme de la casa y de terminar contigo.
- ¡Ándate! – le gritó Gustavo entre risas – ¿Quién quiere estar contigo? Durante este tiempo lo único que has hecho es alegarme y criticarme por lo que hago. Me has sido una carga, y es mejor que te vayas. Mejor sin ti que contigo.

Mariela no soportó más, se sentó en un sillón y se puso a llorar.

La bomba explotó. El matrimonio se había roto. Lo que se había unido para siempre se deshizo en un dos por tres.

Mariela tomó sus cosas y con la frente en alto abandonó la casa. Todos los sueños que se había formado en torno a su matrimonio con Gustavo se habían esfumado: una vida feliz, una familia, ser madre... todo se lo llevó ese frío viento de invierno.

Se fue a instalar en casa de sus padres. Allí les contó lo sucedido.

Mientras tanto, yo estaba almorzando en mi casa cuando recibo una llamada telefónica. Era Mariela que quería hablar contigo. Me percaté en el acto de que había ocurrido lo que no debería haber ocurrido, pues en su voz se percibía la profunda depresión en que había quedado.

- Ocurrió lo que no quería que ocurriera – me comunicó Mariela con la voz entrecortada –. Me fui de la casa de Gustavo.
- Pero no puede ser. ¿Cómo ocurrió eso?
- Verás. No soporté más el abandono en que me dejó Gustavo. Me cambió por sus amigos y su trabajo y no permití que me pasaran a llevar de esa forma. Así que le comuniqué todo lo que me había guardado durante estas semanas y me fui de la casa.
- Pucha. Créeme que lo siento. Pero quizás las cosas se arreglen... o quizás esta separación sea para mejor. Lo que puedes hacer por ahora es recuperarte de esta herida que tienes y ya verás que todo estará mejor.
- Está bien.

Conforme fueron pasando los meses Mariela volvió a ser la misma de antes. Gustavo ni se aparecía. Mariela esperaba que llegara para pedirle perdón y que volvieran. Pero tuvo que ocurrir algo nefasto para que eso ocurriera.

Acompañé a Gustavo al chequeo médico que se hacía todos los meses. Fue entonces cuando ocurrió algo insospechado. Gustavo había desarrollado un cáncer terminal. Los dos quedamos pasmados ante aquella noticia. Le pronosticaron un año de vida a lo sumo. Gustavo se envolvió en un mar de lágrimas. Entonces recapacitó de su poco tiempo de vida. Quería aprovecharlo al máximo. Esta enfermedad que tenía lo ayudó a poder ver la realidad: había perdido a su amada esposa y quería recuperarla y estar con ella el poco tiempo de vida que le quedaba.

Pero tenía vergüenza... y porqué no decirlo, miedo. Miedo a ser rechazado por su esposa y vergüenza por tener que ir a pedir perdón por una tontera.

- Tienes que ser valiente si quieres recuperar a tu esposa y estar con ella el resto de tu vida.

Gustavo dejó de lado su cobardía y su miedo. Fue a la casa de los padres de Mariela a pedirle perdón. Yo lo acompañé para observar lo que acontecía. Estábamos a principios de la primavera. Se acercó temeroso a la puerta y tocó el timbre. Se asomó Mariela y su cara se iluminó. Ella quería ver a Gustavo de nuevo. Abrió la puerta y lo abrazó a tal punto de casi ahorcarlo.

- ¡Gustavito – decía, casi llorando –, tanto tiempo sin verte!
- Mariela... este yo... te quiero pedir perdón por las estupideces que cometí en el pasado. No sé si estás dispuesta a perdonarme y comenzar de nuevo. Antes estaba cegado por mis amigos, por el dinero, el trabajo, sin darme cuenta de que lo más importante eres tú. Hoy fui a hacerme mi examen médico y me encontraron un cáncer terminal...
- ¿Qué? Eso no puede ser... – me mira con unos ojos como queriéndome decir “Dime que es mentira” – Sergio... ¿no es verdad, cierto?
- Es verdad Mariela... es terrible pero es la verdad.
- Por eso - continuó Gustavo - es que quiero estar contigo el resto de mi vida. –Terminado esto saca del bolsillo de su pantalón un lindo y hermoso anillo – ¿Quieres volver conmigo?
- Gustavo... claro que sí...
- Te quiero Mariela... Te quiero mucho…

En ese instante se fundieron en un gran abrazo de amor. Comprendí que yo estaba de sobra, digamos que "tocando el violín". Así que me fui.

La segunda parte de su matrimonio fue mucho mejor que el primero. Se amaban de verdad y fruto de ello fueron los dos hijos que tuvieron: Roberto y Catalina.

Lamentablemente tiempo después llegó el día fatal... estaba en su lecho, en sus últimos minutos. El doctor ya había indicado que era su hora, que no había más que hacer. Mariela estaba con Gustavo y pasaba cada segundo a su lado.

- Mariela – apenas podía pronunciar palabras, debido a su estado de salud –. Olvida nuestro comienzo. Eso deséchalo. Olvida esas semanas en que te dejé de lado, en que salía con mis amigos y te trataba como si no fueras nada para mí. Quiero que te quedes con el recuerdo de nuestros hijos, nuestra vida feliz... nuestros momentos de amor. Estos últimos meses han sido los mejores de mi vida a tu lado amor.
- Claro que me acordaré de eso. Nunca me olvidaré de ti, mi Gustavo.
- Ahora, que ya estoy en el lecho de muerte, quiero que te quedes con esto – le entrega una hoja arrugada –. Quiero que lo guardes para ti y que nunca lo botes o lo quemes. Quiero que lo mantengas contigo para siempre...
- Nunca lo botaré, nunca lo quemaré. Siempre lo tendré conmigo Gustavito.

Gustavo comenzó a sudar, el médico que estaba con nosotros nos dijo que lo dejáramos tranquilo.

- Mariela. No te olvides de mí.
- No lo haré.
- Te quiero, Mariela...

Dicho esto, Gustavo murió, dos años y tres meses después del pronóstico médico.

Siempre quedará en la memoria el recuerdo de Gustavo, que cambió radicalmente su comportamiento, todo por su amada Mariela.

Cinco días después del entierro de Gustavo, fui a la casa de Mariela para saber cómo estaba. Todavía estaba sufriendo por él, como es lógico.

- Oye – le dije –. Y a todo esto, ¿Qué decía el papel que te pasó Gustavo?
- Léelo tú mismo.

Me prestó el papel y lo abrí. Allí se encontraba la frase más simple de todas, pero que al mismo tiempo lo era todo: “Te quiero Mariela”.

3 comentarios:

  1. Mi querido Panchito esta historia es linda, tiene un grado de sensibilidad maravilloso, escribes muy lindo, las personas que pueden plasmar una historia en papel son personas con un alto grado de sensibilidad y eso hace sentir muy feliz, ya que al leerla transmite ese mismo sentimiento y eso es muy bueno, ya que en este mundo tan sesamorado y lleno de maldad tener esta forma de transmitir es como un oasis en medio del desierto. Me siento muy orgullosa de ser tu Nanita y a la vez ser la primera que te deje un comentario, jeje.
    Besitos Panchito y cuidate mucho y no dejes de escribir lo haces muy bien.
    Xau
    Tu Nanita

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  2. Muy Linda la Historia Fran, emociona a cualquiera que la lea con el corazón .

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    Respuestas
    1. ¡Hola! Muchas gracias por comentar. Para la otra puedes dejar tu nombre con total confianza. Y sí: emociona a quien use su corazón para leerlo. Una bonita historia que deja varias lecciones valiosas. ¡Gracias por leerme!

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