De tiempo en tiempo la vida nos prepara sucesos que pueden darle un giro a nuestra existencia sin quererlo. Lamentablemente vivimos en un mundo en que las desgracias nos invaden. Nadie puede obtener la felicidad plena mientras vivamos en un sistema tan cruel como el actual. A pesar de que luchamos día a día para ser felices y poder estar contentos a lo largo de nuestra complicada existencia, hay momentos en que sencillamente uno prefiere dejar de patalear en el agua y francamente hundirse en las desgracias.
Mi familia por parte de mi segundo apellido, Vidal, siempre hemos sido muy unidos. Por lo general, cada cierto tiempo, nos reunimos en familia para comer juntos o ir al campo, específicamente Quilacoya, para pasarlo bien todos juntos. Tengo la dicha de tener a mi abuela materna viva, con quien he pasado buenos momentos. Tengo 3 tíos geniales, cuyos hijos (primos míos) siempre tiran la talla y lo pasan bien. Podríamos decir que tengo una familia sin igual. Entre todos mis primos, hay uno cuyo nombre es Diego. Hijo de mi tío Lalo, hermano de mi madre. Diego se caracterizaba por ser un buen primo. Mecánico por experiencia, siempre ayudaba en cualquier ámbito que tenga que ver con sacar ruedas, arreglar motores, y cosas por el estilo.
Diego era un chico bueno, sano y sin aparentes problemas. Disfrutaba de su familia y le encantaba jugar con sus primos chicos. Nadie podía pensar que, dentro de él, había una pena tan grande y una desesperación tal que le nubló el juicio y... prefirió irse de nosotros el pasado jueves 3 de noviembre.
¿Por qué? Es una pregunta algo difícil de responder. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué Dios lo permitió? ¿Por qué nadie pudo hacer nada? Su hermano menor, Daniel, me decía: "Si hubiera llegado antes a casa, lo hubiera evitado". ¿Quién tiene la culpa? En realidad, nadie. Nadie tiene la culpa de la decisión tan drástica que tomó Diego. Ni Dios tiene parte en esta desgracia. Dios no prueba a nadie con cosas malas (Santiago 1:13). Y Dios, en su amor, nunca causaría que su creación sufriera por culpa de Él (1 Juan 4:8).
Aun no entendemos las razones por las que mi primo atentó contra su vida. Y, en realidad, prefiero no pensar en ello. Yo, por mi parte, me quedaré con los lindos momentos que pasé con él, y con el resto de mi familia. Con sus tallas, sus bromas, su alegría y su buena pinta que él poseía. Diego era único, y nadie podrá ser como él.
Diego ya no está con nosotros. Ahora está descansando en la muerte. No está ni en el cielo ni en el infierno. Simplemente descansa, y él lo tenía muy claro (Eclesiastés 9:5, 10). El dolor aun está, pero Dios, amorosamente, nos da el consuelo en estos momentos. "Bendito sea [..] el Dios de todo consuelo, que nos consuela en toda nuestra tribulación" (2 Corintios 1:3, 4). Muchos amigos y hermanos en la fe estuvieron conmigo, con mi familia, y en especial, con la familia directa de Diego: mi tío Lalo, mi tía Paty, y sus hijos Camilo y Daniel. Y, lo que es más, sólo Dios puede resucitar a mi querido primo el día en que él lo estime conveniente. "Todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán [mi] voz y saldrán" aseguró Jesús (Juan 5:28, 29). Y nosotros anhelamos el día en que él esté de nuevo haciéndonos reír y contándonos sus historias. Diego: todos te queremos y te esperamos con ansias.
No dudaré nunca de esto: volveré a verte muy pronto.
Primo: te quiero mucho...... Y nunca lo olvides: te llevamos en nuestros corazones....


