467. Cuando sientes que ya no das más


¿Cómo saber cuándo es tiempo de parar? ¿Cómo saber que es momento de tomar una pausa y pensar en cómo llevas tu vida? ¿Es trabajar y trabajar el único motivo por el que debo vivir? ¿Hay algo más que simplemente sacarme la mugre para llevar el sustento a mi hogar? Preguntas como éstas creo que todo el mundo debe hacerse de vez en cuando. La cuestión es: ¿En qué momento de nuestra agitada y apresurada vida hay que detenerse y meditar?

En esa encrucijada estaba yo hasta hace unos meses. Hasta entonces llevaba una vida que, para la gran mayoría, es normal. Una esposa, una hija, un trabajo... subsistir, estar en familia, salir a pasear, descansar... adorar a Dios, tener ratos libres... una vida común y corriente. Pero, lo que muchas veces sucede, es que tu vida puede transformarse sin que te des cuenta, en una rutina: una pesada, aburrida y triste rutina. Y no hablo de mi familia: me gusta estar con mis chicas y hacer cosas juntos. Y tampoco hablo de adorar a Dios, que eso lo disfruto muchísimo. Hablo del resto: y cuando hablo del resto, hablo de cómo gasto mi tiempo en traer el sustento a mi hogar.

Me gusta mi trabajo. Amo viajar. Es sentir una libertad que no todos los trabajos te dan. Disfruto haciendo lo que hago. Siento que mi trabajo (repartir insumos médicos) es un trabajo con sentido: que aporto mi granito de arena en que la gente se recupere. Pero, llega un punto en que ya no das más. Y tu cuerpo y tu mente lo saben. Y te comienzan a avisar cuando es momento de parar.

Sé que es importante trabajar. Mas también sé que es importante descansar. Es cosa de poner las cosas en su lugar, y en su debida perspectiva. ¿Tiene uno la capacidad de darse cuenta de que ha pasado del "trabajo para vivir" al "vivo para trabajar"? ¿Me doy cuenta de que he pasado ese límite? Y, si me percato de ello, ¿hago algo para cambiarlo? La rutina claramente afecta tu capacidad de darte cuenta de que debes detenerte. Y a mí me estaba pasando eso: trabajaba y trabajaba. No era un trabajador empedernido. Pero sí tenía largos turnos de trabajo (de hasta 15 horas) viajando de aquí para allá entregando aquellos insumos.

Pero ¿es que vale la pena tanto esfuerzo? ¿Vale la pena el dinero que recibes a cambio de levantarte a las 5 de la mañana y volver a casa a las 10 de la noche? ¿Vale tanto el dinero, a tal punto de que estás dispuesto a sacrificar tiempo y descanso con tal de obtenerlo? ¿Y mi familia? ¿Valdrá menos que mi sueldo? ¿Y Dios? ¿Dónde dejo a Dios en todo esto? Todas estas preguntas que he formulado en este artículo las creé mientras pensaba y pensaba en si realmente todo lo mencionado valía de algo.

Y es que, cuando te sientas y, con calma, meditas en todo esto, comienzas a abrir los ojos. Y te das cuenta de que el tiempo pasa: la vida corre. Y tu hija crece. Y tú te pones más y más viejo. ¿Y qué he hecho con mi juventud? ¿Dónde está el tiempo que debí gastar en cosas de mayor importancia? No es que quiera dejar de trabajar: es que hay que buscar el equilibrio que justamente te ayude a trabajar para vivir, y no vivir para trabajar.

Y tu mente y tu cuerpo te lo hacen saber: andas cansado todo el día, te duele el cuerpo, tienes jaquecas, te estresas, te irritas, te frustras con facilidad. Y, cuando pasa eso, decides parar. Decides darte un tiempo para ti y los tuyos. Y eso hice: tomé una consulta con una psiquiatra que me dio muchos tips para hacer frente a todo esto. Y, en mayo pasado, estuve 20 días con licencia, descansando en casa. ¡Y vaya que mejoré! Mi ánimo y humor mejoró, no anduve cansado, ni con sueño ni con dolores. Disfruté mi tiempo haciendo cosas que me gustan, estando con mi familia y adorando a Dios. Volví a llenar mi alma con cosas lindas y con mucha paz. Y eso se notaba en mi semblante. Comencé a ir con calma, sin que nadie me apurara.

Pensé mucho en lo que volvería a hacer una vez que se acabara mi licencia. ¿Volver a la misma rutina? Quizá ya era tiempo de intentar otra cosa. Buscar otra forma de subsistir y mantener a los míos. Cuando uno hace las cosas con la motivación correcta, Dios ayuda. Sentía que era el momento en el que debo demostrar que confío en Dios, y dejar todo en manos de Él. Total, en toda mi vida, jamás me ha dejado. Y no iba a hacer esta la excepción.

Y sí: una vez que volví a trabajar, renuncié.

¿Me costó? Claro que sí. Trabajar 6 años era como para no dejarlo así como así. Pero lo hice. Lo hice a finales de mayo y hoy, 31 de agosto, fue mi último día en ese trabajo. ¿Lo echaré de menos? Por supuesto. ¿Será fácil lo que se viene? No lo sé, pero digamos que mi vida ahora se pondrá más... interesante.

No sé cómo será todo de aquí en adelante. Con mi Eve tenemos un plan que confiamos en que nos resultará. Lo que sí sé es que ya era la hora de poner todas las cosas en su lugar, y comenzar a ir por la vida tranquilo, a mi ritmo, con mi familia, con mi Dios...

Sí: definitivamente era hora de ser realmente feliz.
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