¿Cómo saber si algo es clásico? Desde mi perspectiva, lo clásico es aquello que ha sido reconocido y valorado a lo largo del tiempo y en todo el mundo. Podemos encontrar lo clásico en distintos ámbitos: en el arte, en la música, en la literatura, entre otros. Pero ¿cómo identificamos que algo realmente lo es?
Un elemento clásico es aquel que es conocido universalmente. Si viajo a Afganistán, Brasil, Australia, Irlanda o Nepal y menciono a Mozart, es muy probable que alguien diga: “¡Ah, sí, he oído de él!”. Eso es lo que define a lo clásico: algo que trasciende fronteras geográficas y temporales.
Uno de los ejemplos más citados de una obra clásica es Don Quijote de la Mancha, escrita hace más de 500 años por Miguel de Cervantes. Pero cabe preguntarse: ¿realmente esta obra merece ser llamada un clásico? Para responder, es necesario examinar varios aspectos: ¿Qué se entiende por “clásico”? ¿Cuál es su origen como concepto? Y, en relación con Don Quijote: ¿en qué contexto fue escrita? ¿Cumple esta obra con las características que definen a un clásico?
La definición de “clásico” resulta fascinante. Una de las acepciones más aceptadas es: “Aquello que se considera como modelo digno de imitación en el arte o la literatura”. Esto implica que una obra clásica no solo debe ser conocida, sino que también debe ser una referencia para futuras generaciones de artistas y escritores.
El término “clásico” proviene del latín classicus, y fue utilizado por primera vez en el siglo II d.C. por Aulo Gelio, quien lo empleó para referirse a escritores ejemplares en su oficio. En este sentido, el término ha sido aplicado con frecuencia a Don Quijote, pero ¿es realmente Cervantes un modelo a seguir?
Para responder, consideremos el contexto en el que se escribió la obra. En aquel entonces, los libros de caballería eran enormemente populares. Generalmente, estas historias se dividían en dos tipos:
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El rescate de una doncella encerrada en una torre custodiada por un dragón.
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Las aventuras de un caballero andante que, acompañado por su escudero o en solitario, ayudaba a los necesitados.
Cervantes, cansado de esta fórmula repetitiva, decidió crear algo diferente: una parodia de estos relatos, naciendo así Don Quijote de la Mancha. Lejos de seguir la corriente, Cervantes optó por burlarse de ella, demostrando una originalidad y una creatividad extraordinarias.
Volvamos entonces a la pregunta: ¿es Cervantes un modelo a seguir? Sin duda. Su obra representa un acto de valentía literaria, una muestra de independencia creativa que invita a los escritores a expresar lo que realmente desean, sin someterse a modas ni presiones externas.
¿Y cuáles fueron los resultados de esta apuesta? Don Quijote fue un éxito en su época y continúa siéndolo hasta hoy. Es una de las obras más traducidas y leídas del mundo, con versiones en más de cuarenta idiomas.
Así que, ¿podemos considerar a Don Quijote de la Mancha un clásico? Sí, sin lugar a dudas. Cumple con todos los criterios: es universalmente conocido, ha perdurado en el tiempo, y ha servido de inspiración para generaciones de escritores.
Pero surge otra reflexión: ¿de quién depende que una obra sea considerada clásica? La respuesta es simple: de nosotros, los lectores, los espectadores, los oyentes. Una obra no puede convertirse en clásica si no es leída, apreciada y transmitida. Especialmente en el caso de los libros, es necesario mantenerlos vivos, releerlos, recomendarlos, analizarlos.
El universo de la literatura es vasto, misterioso, fascinante, y absolutamente digno de explorarse. Por eso, hagamos el esfuerzo de leer y preservar aquellas obras que han marcado la historia de la humanidad. Entre ellas, sin duda, Don Quijote de la Mancha ocupa un lugar privilegiado.