¿Le suena a usted la palabra “tradición”? Seguramente sí. Es un término familiar para todos nosotros. Pero, ¿siguen existiendo las tradiciones en la actualidad? ¿Se respetan como antes, si es que aún perduran? Para responder estas preguntas, es fundamental comenzar por comprender qué es exactamente una tradición.
Según la Enciclopedia Norma (1991), tradición es:
“La transmisión, generalmente oral, efectuada de generación en generación, de hechos históricos, obras literarias, costumbres, leyes, doctrinas y leyendas. // Costumbre, doctrina, hábito establecido.”
A partir de esta definición, entendemos que una tradición es la transmisión de hechos o costumbres a lo largo del tiempo con el fin de mantenerlos vigentes. Ejemplos de tradición podrían ser obras como Don Quijote, transmitida y valorada por generaciones; la Biblia, el libro sagrado que ha perdurado más que cualquier otro; o el legado musical de Mozart, entre otros.
Desde tiempos antiguos, los pueblos han cultivado costumbres que han sido transmitidas de padres a hijos, convirtiéndose en tradiciones. Un claro ejemplo es la Pascua judía. Según la Biblia, Dios instruyó a los israelitas, por medio de Moisés, sobre cómo celebrarla conmemorando la liberación de Egipto. Esta celebración debía repetirse anualmente y enseñarse a las nuevas generaciones. De no haber sido así, esa tradición se habría perdido. En Deuteronomio 6:6-7 se nos dice:
“Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón. Se las repetirás a tus hijos, y les hablarás de ellas estando en tu casa y andando por el camino, al acostarte y cuando te levantes.”
Otro ejemplo es la Cena del Señor. El apóstol Pablo recibió directamente de Jesús las instrucciones sobre esta celebración y las transmitió a las congregaciones cristianas, estableciendo así una tradición cristiana. En 1 Corintios 11:2 y 23 se menciona esta enseñanza. Jesús mismo dijo:
“Haced esto en memoria de mí” (1 Corintios 11:24-25).
Estas tradiciones no surgieron de la nada, sino que se mantuvieron gracias a una base sólida: la comunicación fiel de sus principios a las nuevas generaciones. Como dijo Shakespeare, las tradiciones son como árboles firmemente enraizados. Si la raíz es débil, el árbol no sobrevivirá. Así ocurrió con los israelitas y los cristianos del primer siglo: conservaron sus tradiciones con raíces firmes, transmitiéndolas fielmente y permitiendo que dieran fruto.
Pero volvamos al presente: ¿siguen existiendo las tradiciones hoy? ¿Se respetan como antes? El escritor Rimbaud comparó la tradición con una naranja arrugada: aún existe, pero ha perdido su vitalidad. Tomemos nuevamente el ejemplo de la Cena del Señor. Aunque Jesús la instituyó como una tradición solemne, muchos hoy han dejado de observarla o han sustituido su significado por prácticas más comerciales, como la Pascua moderna con huevos de chocolate y consumismo. Esto representa una pérdida de respeto por la esencia original de la tradición cristiana.
Entonces, ¿quién debe encargarse de preservar las tradiciones? La respuesta es clara: nosotros. Como dijo Camus, “sin tradición, no hay padre”. Es decir, si no conservamos nuestras tradiciones, perdemos nuestras raíces, nuestra identidad. Yo creo firmemente que las tradiciones aún existen, pero están en peligro de extinción. Es urgente que las revivamos. Debemos cuidar aquellas tradiciones que tienen un valor espiritual, que fortalecen nuestra fe y nos conectan con nuestras raíces más profundas.
Participemos activamente en las tradiciones que realmente importan, aquellas que edifican el espíritu. No dejemos que el mundo, dominado por la superficialidad y el materialismo, nos aleje de lo esencial. Si logramos mantener vivas nuestras tradiciones, las generaciones futuras también podrán disfrutar de su riqueza y significado.
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