470. Septiembre de mugre, parte 1



Acompáñenme a leer esta triste historia.

Como les conté tiempo atrás, en agosto renuncié a mi trabajo luego de 6 años viajando por Chile. Y sí: he aprovechado para poder descansar, pero también para comenzar a trabajar en lo que tenemos pensado hacer con mi Eve. Más adelante escribiré un artículo completo sobre aquello, y cómo se nos ocurrió la idea, pero por ahora, pueden seguir el Instagram de nuestro proyecto por medio de este enlace.

La cosa es que, el mismo fin de semana en que dejé de trabajar, me ofrecieron un reemplazo en un local de frutas y verduras, como repartidor a medio tiempo (3 días por semana), Yo, muy feliz, acepté. De esa forma podría utilizar el finiquito para concretar el negocio y lo que ganara en la frutería podría usarlo para subsistir con mi familia.

Así, el 1 de septiembre inicié mi reemplazo en aquel lugar, que queda en la comuna de San Pedro de la Paz. Me costó mucho dar con un estacionamiento para mi auto, porque cerca de la frutería hay un edificio en construcción, y todas las calles estaban atestadas de vehículos estacionados (me imagino que muchos eran de quienes trabajaban en esa obra). Finalmente, me estacioné en una calle en donde no había nadie. Claro, más atrás había un letrero "No estacionar", pero como estaba en la manzana anterior, no le di mucha importancia.

Los primeros días de trabajo fueron duros. Cargar dos o tres veces la camioneta con acoplado trasero con frutas y verduras (en unas cajas llamadas Gamelas) cansaba mucho. Subir y bajar escaleras con esas cosas... para mí, con mi problema de la espalda, era difícil. Pero le echaba ganas porque era platita que necesitaba.

En una de las entregas que alcancé a hacer

El jueves de esa semana logré encontrar otro lugar para estacionarme. Era a la orilla de una avenida principal, pero por debajo. La avenida pasaba por un sector alto, y bajo el paso sobre nivel había un espacio vacío, con grandes piedras y maleza que crecía. No había ningún letrero prohibiendo su uso para estacionar, así que me subí a ese sector y dejé mi auto. Total: no molestaba ni en la calle ni en la vereda.

Todo iba bien durante esa semana. Pero las cosas comenzaron a ponerse muy feas desde el lunes 8 de septiembre. De ahí, una sucesión de puras burradas comenzó a sucederme, una tras otra. Y mi ánimo se fue a la porra.

Ese día lunes llegué a trabajar. Me pagaron el dinero que había ganado la semana pasada, en efectivo. Durante el recorrido de la tarde, en una de las entregas en el centro de Conce, me abrieron la camioneta y me hurtaron mi mochila. Y dentro de ella iba mi billetera, con el pago que recién había recibido, mis tarjetas, mi carnet de identidad y mi licencia de conducir. Me di cuenta recién cuando volví a la frutería a guardar la camioneta.

Me fui a casa muy triste y choreado. Todo mi esfuerzo durante la semana anterior se fue a la porra por culpa de un jetón que no halló nada mejor que robarme. Mi Eve también se puso muy triste, pero fue la contención que necesitaba para poder controlar mi tristeza y molestia. Sin embargo, esto que les acabo de contar es sólo el inicio de tres semanas llenas de desgracias.

¿Quieren saber cómo sigue esta historia? No se pierdan la segunda parte de la serie "Septiembre de mugre". Intentaré subir esta parte lo antes posible. ¡Gracias por leerme!

469. ¡Entréguenme mi reloj!


El día de hoy quiero contarles una linda y maravillosa historia (entiéndase eso como una tremenda ironía): una compra que hice por internet hace algún tiempo (digamos... unos buenos años, durante la pandemia) y que aún no tengo en mis manos. De hecho, de este suceso han pasado más de 4 años y, aunque no lo crean, no tengo ni idea de dónde está lo que compré. Déjenme contarles.

Comprando en un sitio web de artículos baratos y de dudosa procedencia


En enero del año 2021 compré un pequeño reloj en una página llamada Wish. Sí: es verdad que ahí venden muchas cosas chinas de dudosa calidad. Pero he podido hallar varias cosas buenas, como accesorios para mi auto o mi bicicleta. Pues, en medio de esa búsqueda, hallé un reloj muy bonito y a buen precio. Bueno, tampoco es que fuera la gran maravilla, pero era de estos relojes que podías vincular con tu celular. Al menos eso decía la página donde lo compré.

La cosa es que pagué por él y me dieron un aproximado de 3 semanas para que me lo fueran a dejar a mi casa vía Correos Chile. Así que, durante ese tiempo, me olvidé un poco de reloj y seguí con mi vida tranquilamente. Pasadas las 3 semanas, aún no tenía el reloj en mis manos, siendo que me había llegado la notificación de la entrega del producto. "Todo esto es muy extraño. Veré qué me indica la página de seguimiento de la encomienda por Correos Chile", pensé. Y eso hice.

El pedido llegó... pero no llegó


Mi sorpresa fue mayúscula cuando, al ingresar el número de envío, aparecía que fue entregado a mi madre. De hecho, salía su nombre completo, su dirección y su rut. Era una entrega certificada, es decir, que el cartero debía pedir los datos de quien recibía. En ese entonces aún vivía con mis padres, así que le fui a preguntar a mi madre si había recibido el reloj y, si era así, por qué aun no me lo había entregado. Ella, algo incrédula, me dice que no había recibido nada y, menos aún, había dado sus datos al cartero.

Pantallazo de la página de correos indicando que la entrega de mi reloj se había realizado el 8 de febrero de 2021, cosa que jamás pasó


Todo era muy raro. Pero, al comenzar a pensar un poco más en el asunto, recordé que el cartero llevaba, no años, sino décadas pasando por la casa de mis padres. ¿No cabría la posibilidad de que él haya introducido los datos de mi madre de memoria, y se haya dejado la encomienda? Era hora, entonces, de averiguar que diantres había pasado con el reloj. ¿Dónde estaba?

Un par de días después fui a la oficina de Correos Chile en Hualpén, cuando en ese entonces estaba en la Av. Alemania, casi llegando a Av. Grecia. Sin embargo, no me atendieron, puesto que no era una oficina como tal, sino simplemente el lugar donde llegaban los carteros a recibir sus cartas y luego se iban a repartir. Decidí entonces hacer un reclamo formal en la página de correos.

Reclamando en Correos


Llamé al call center que tienen ellos, no una, sino tres veces. En las tres veces, fuera del tiempo que hacen esperar mientras buscan a un ejecutivo desocupado, me dijeron algo que me dejó peor aún: mi encomienda estaba en Talcahuano, en el centro de distribución, y que debía esperar que llegar a mi domicilio. No entendía nada. Les explicaba que, en la página web, decía que estaba entregado. Pero en el sistema que manejaban en el call center, decía lo contrario. ¿A quién le creo?

Finalmente ingresé un reclamo escrito en la página web. Decía lo siguiente:


Luego de algunos días, recibí esta fantástica respuesta de parte de ellos. Al leerlo, llegué a la conclusión de que nunca vería mi reloj:



Se hicieron los desentendidos. Según ellos no tenían forma de saber dónde estaba mi encomienda. ¿Se perdió? ¿Se lo robaron? ¿Nunca llegó a Chile? Jamás lo sabré.

Esto sigue sin solución


Me resigné. Definitivamente mi encomienda nunca llegaría a destino. Cosas como éstas pasaron muchas veces, en especial durante la pandemia. Y pensaba que, con el correr del tiempo, y luego de que todo volviera a la normalidad luego del COVID, las cosas iban a mejorar. Pero no ha sido así. Al redactar este artículo decidí ver los comentarios de la gente en Google Maps sobre la sucursal de Correos Chile de Hualpén y, entre todos, encontré este:


Parece que es algo más común de lo que se cree. Así que hay que estar atentos. Cuando compren por internet, hay que estar ojo piojo al seguimiento, y si no llega, insistir hasta que tu compra llegue a tus manos. Yo no camoteé tanto: total, la compra era de unos 6 mil pesos. Pero ¿y si hubiera sido algo más caro? Créanme que hasta hoy estaría leseando para que mi encomienda llegara.

Y si alguien de Correos Chile lee este artículo, por favor... ¡Entréguenme mi reloj!