Jerónimo |
¿Quién no ha tenido alguna mascota durante su vida? Seguramente tú, querido lector, lo has tenido: gato, perro, canario, tortuga, hamster, y un sin fin de mascotas que sin lugar a dudas alegran nuestra existencia. Pues bien, yo no soy la excepción en cuanto a tener mascota se refiere. He tenido muchos, y solamente gatos. Me encantan. Y, justamente de uno de ellos quiero comentarles en este artículo. No es un gato cualquiera: me acompañó durante 10 años. Su nombre: Jerónimo.
Un gatito nuevo se asoma por la casa
En septiembre del año 2001 todos en casa estábamos tristes por la muerte de nuestra gata: Fanny. A mis 11 años, fue una tremenda pérdida. Me la lloré toda cuando la enterramos en el patio de nuestra casa. Luego de eso, mi papá prometió nunca más traer un gato a la casa, porque sufríamos mucho cuando moría. Y, en cierto aspecto, tenía razón. Pero su decisión, curiosamente, duró menos que estornudo de gato :P
A mediados del mes siguiente, octubre, llegó a nuestra casa un gatito chiquitito. Su pelaje era blanco con negro. Era hermoso. Su carita era muy tierna... le pusimos por nombre Jerónimo. Bueno, en realidad su nombre completo era Jerónimo II, puesto que anteriormente tuvimos un gato que llevaba su mismo nombre. Así que, luego de la pérdida de Fanny, Jerónimo llegó en su reemplazo.
Sus primeros años
Jerónimo se caracterizaba por ser un gato muy tímido y asustadizo. Esto último lo mantuvo durante toda su vida. Cuando chico me encantaba jugar con él, tomándolo en brazos y cosas por el estilo. Me gustaba cómo era él. Sin embargo, a esa edad aun no sabía lo muchísimo que nos duraría Jerónimo, ni tampoco sabía lo importante que llegaría a ser él para nosotros como familia.
A medida que fue creciendo, Jerónimo dejó algo de la timidez de lado. Ya no jugaba tanto con la lana que le poníamos. Sin embargo, comenzamos a ver otras facetas de él. Se trasformó en un gato extremadamente flojo.... bueno, sí, cazaba ratones y gorriones. Muchas veces lo vi comiéndose una de esas aves. Incluso recuerdo que una vez trató de cazar una gaviota, pero por razones obvias no pudo con ella. Creo que de esa vez no lo intentó nunca más.
Un día, no recuerdo cuál exactamente, nos percatamos que Jerónimo llegó malherido de un ojo. Concluimos que, en una pelea de gatos, no salió muy bien parado que digamos, por lo que quedó con daños en el ojo izquierdo, como se puede ver en la foto aquí de más arriba. Creímos que había perdido la visión. Pero un veterinario nos indicó que aún podía ver, aunque de manera muy borrosa. Eso explica por qué aún podía trepar panderetas casi sin ningún problema. Además, acostumbraba a ponerse en la reja de la ventana de la cocina y, con sus patitas, golpeaba el vidrio para que lo dejáramos entrar a la casa. Gato loco.
Extrañamente, Jerónimo comenzó a adquirir un raro gusto por las aceitunas. Pero más extraño aun era que, después de comerse una, jugaba sin parar con el cuesco de la aceituna. No podíamos evitar reírnos mientras hacía peripecias con aquellos cuescos. También acostumbraba a jugar con la leña que dejábamos al lado de la estufa, y se tiraba al lado de ella y se rascaba la espalda. Seguramente el olor de la leña le gustaba. Eso sí, el gato tenía la costumbre de marcar su territorio en cualquier parte de la casa, y eso no era del agrado de nosotros.
Su vida social se caracterizaba por juntarse con sus amigos, especialmente con su viejo amigo Sancho, gato de la vecina de al frente. Sancho murió hace unos 2 años, y aun lo recordamos con cariño. Jerónimo también peleaba frecuentemente con otros gatos del barrio (ya sea por territorio o por gatas), e incluso una vez se lanzó encima de un perro y lo atacó. ¡Fue genial! A tanto llegó su sociabilidad con los demás que, aprovechando que el 2007 llegó un Notebook a la casa, Jerónimo lo ocupaba a escondidas en el garaje y construyó su propio blog: El Baúl de Jerónimo, que contiene algunos artículos con respecto a la vida como gato. Te sugiero que le eches una miradita. Dejó de escribir en abril de 2008.
El terremoto del 2010 y la vida hogareña de Jerónimo
En susodicho terremoto del 27 de febrero del año pasado |
Como bien sabemos, el 27 de febrero de 2010, un fuerte terremoto azotó el lugar donde vivo. Ese día (mejor dicho, esa noche) agarramos nuestras cosas y nos fuimos de la casa ¿A dónde? No tengo ni idea, ni siquiera sé por qué nos fuimos de la casa, pero en fin. Al irnos, veo a mi querido gato arrancando por una calle con rumbo desconocido. No sé a dónde iba, tampoco sabía si volvería a verlo. Pero mi gatito sabía cuidarse solo, y al día siguiente ya estaba con nosotros en casa. Sin embargo, a los meses después, Jerónimo cayó enfermo.
Un día, a finales de 2010, estaba en mi cama cuando, de repente, Jerónimo se acercó a mi cama y, echándose debajo de ella, comenzó a maullar. Se notaba decaído, así que lo llevamos al veterinario y le dio medicamentos. Además, teníamos que llevarlo a inyecciones durante cinco días. Y así lo hicimos hasta que, uno de esos días, mientras veníamos de vuelta caminando, el gato se nos escapó en plena calle. Asustando, Jerónimo se metió debajo de un auto estacionado dentro de una casa. Los vecinos salieron para ver si podíamos sacarlo, pero cuando salió, se fue por los techos de las casas y desapareció. Lo buscamos por más de una hora, sin resultados positivos. Tristes, volvimos a casa.
En la noche estaba algo triste, pensando en que nunca más volvería a ver a mi gato. Me dormí y, al despertar al día siguiente, mi madre llegó gritando al dormitorio. "¿Qué? ¿Otro terremoto?" pensé. "Jerónimo volvió", gritó mi madre. Y, claro, allí estaba Jerónimo en la reja de la ventana de la cocina maullando para que lo dejáramos entrar a comer.
Desde ese entonces, decidimos tener a Jerónimo dentro de la casa. Durante el 2011 Jerónimo acostumbraba a echarse en la alfombra del living mientras comíamos. Una vez echado comenzaba a ronronear para que le hiciéramos cariño. Tenía su camita (o un intento de cama) en la cocina. No lo dejábamos salir mucho. Estábamos conscientes de que estaba viejito y necesitaba que lo cuidáramos más. A esas alturas, Jerónimo era parte de nuestra familia. A la partida de mis hermanos (que se casaron), tenía a Jerónimo para conversar. Mi madre confesó que, mientras yo estaba en el trabajo, acostumbraba a conversar con Jerónimo mientras cocinaba. Es increíble el vínculo de cariño que crece entre la mascota y los amos. Quizás por eso no queríamos que pasara lo que, inevitablemente, tenía que suceder.
¡Hasta siempre, Jerónimo!
El lunes 18 de julio de 2011 Jerónimo desapareció. En realidad, no le dimos mucha importancia a que desapareciera. Pensábamos que volvería antes de que anocheciera. Pero no fue así. Pasó todo el martes y reciente el miércoles en la noche, mi gato volvió horriblemente mal. Estaba decaído, se quejaba y casi no se movía. Preocupados, quisimos que durmiera esa noche bajo techo y abrigado. Antes de ir a dormir lo vi acostadito. "No te preocupes, Jerónimo - le dije -. Mañana te llevaremos al veterinario y ya verás que estarás mejor". Dicho eso, me fui a dormir.
Al día siguiente, jueves 21, lo llevamos a un veterinario que vive cerca de mi casa - calle Suecia, casi al llegar a calle Patria Vieja -. Luego de examinarlo, concluyó que tenía septicemia (crecimiento de gérmenes en la sangre). Le dio antibióticos mediante unos pinchazos en sus patitas traseras, y lo trajimos de vuelta. Durante la tarde pensábamos que tenía una leve mejoría. Cristián (uno de mis hermanos) y su esposa fueron a verlo. Esa noche durmió en la cocina, sin saber lo que sucedería al día siguiente.
Viernes 22: eran casi las ocho de la mañana y mi madre me despierta desesperada. No encuentra a Jerónimo por ningún lado. Sólo escuchábamos los horribles maullidos de dolor del gato. Al final, lo encontramos escondido detrás de la cocina y todo húmedo. Lo secamos y no podía caminar. Apenas se arrastraba por el piso de la cocina. Eso desesperaba. Mi madre tenía hora al médico a las 10 de la mañana y mi papá la llevó en el auto. Quedé solo con Jerónimo. Estaba secándolo cuando comienza con los maullidos más espantosos que he escuchado en mi vida, mientras se tiraba al piso y comenzaba a darle convulsiones. Veía que mi gato se moría frente a mí, y no podía hacer nada... al menos, eso pensé en ese instante.
Llorando desesperadamente, llamé por teléfono a mi otro hermano, Andrés. Le conté lo que sucedía y me dijo que no esperara más, que llevara a Jerónimo al veterinario en Concepción (uno de verdad). Le respondí que no podría llevarlo en la micro en esas condiciones, así que decidimos avisarle a nuestros padres para que se apuraran. Cuando llegaron, llevamos al gato en una canasta, bien acurrucado, a la Clínica Lyon (Freire con Paicaví, Concepción), donde Andrés había reservado una hora y nos estaba esperando.
Pasamos con Jerónimo. Le tomaron la temperatura: marcaba menos de 32 grados. "No entiendo cómo este gato está vivo. Con esta temperatura debería de haber muerto ya que rato", fueron las duras palabras del veterinario. Jerónimo tiritaba, maullaba de dolor. Su mirada estaba perdida... de sólo verlo me daba muchísima pena. El veterinario ordenó unas radiografías. "Adiós Jerónimo" le dije... sin saber que esas eran las últimas palabras que le diría. De ahí, nunca más lo vi.
Los resultados de la radiografía no fueron muy claros. Podría haber sido un tumor lo que le afectó. Independientemente de lo que era, el pronóstico era claro: "Es casi imposible que sobreviva" nos dijo el veterinario. De todas formas, quedó hospitalizado por si había una mínima posibilidad de que se recuperara. Tristes, volvimos a casa.
A la mañana siguiente, al medio día, mi madre me llama: "Jerónimo ha muerto". Al principio, sólo dije un "Ohhhh...". No atiné a más. Me lo esperaba, pero fue un duro golpe. Había muerto el gato que me había acompañado casi la mitad de mi vida. Falleció a la 1 de la mañana. No se pudo hacer mucho por él. Mi padre lo trajo de vuelta en una caja. No atiné a abrirla, sólo la puse en el hoyo que había cavado en el patio y lo enterré entre sollozos. "¡Adios, Poromo!", fue lo último que le dije, antes de entrar a casa.
Jerónimo será siempre el mejor gato que hemos tenido. Si bien es cierto a finales de año llegará su reemplazante, Misifú II, nadie podrá reemplazar a mi querido Jerónimo. No puedo evitar quebrarme un poco al terminar este artículo. Han pasado más de dos meses desde que ya no está con nosotros, y siempre nos acordamos de él. Es inevitable. Toda la casa me recuerda a Jerónimo... De hecho, hace un rato mi mamá me preguntó: "¿Vas a comer? Porque si no, le daré la comida que sobre al Jerónimo"...... Quizás muchos me digan: "Pero si tan sólo fue un gato". Si piensas así, déjame decirte algo: no fue un simple gato. Fue EL gato. MI gato... mi querido Jerónimo. ¡Hasta siempre, Jerónimo!
Francisco, después de escribir este artículo, ya puedes cerrar el blog tranquilo: has logrado emocionarme hasta las lágrimas con todo el relato, y qué decir de ese video, que me hizo recordar lo hermosos que fueron esos casi 10 años con Jerónimo. Aún lo extraño, y luego de tu artículo, me he dado cuenta que lo extraño más de lo que creía.
ResponderBorrarEl video está hermoso, no tengo más palabras para él. Me hiciste llorar, colorín, de verdad. Es demasiada emoción...
Me encantó volver a verlo en movimiento, no recordaba esos videos que tenías. Verlo en fotos no es lo mismo. Gracias por esos videos, de verdad. Quisiera que me los enviaras por correo.
Nuevamente, gracias.
Hola Panchito! Tengo dias de no pasarme por aqui :S
ResponderBorrarSiento mucho lo de Jeronimo; no se que es que te pase eso con una mascota, pues nunca se me ha muerto una, solo se han escapado. Sin embargo me lo puedo imaginar, y no quiero imaginarlo. Veras, te cuento, yo tambien tengo un gato (uno de tantos gatos que a mi madre especialmente le gustan) su nombre es Micho, o Max, Maxeto... en fin, es un loco, un gran perezoso que se ha comido muchos ratones, palomas, y en una ocasion casi se come el perico del vecino :S
A veces llega aruñado a la casa, pero en raras ocasiones. Y es el gato mas arisco que jamas he conocido; es raro que sobreviva un mes sin que el me aruñe xD. Pero en fin, tengo que decirte que no se que haria sin el, uno se llega a encariñar tanto de las mascotas, a veces son incluso mejores amigos que los reales, y son siempre fieles. Dicilmente un gato sera un simple gato. Dificilmente una mascota, sera una simple mascota. =)
Espero que sepas superarlo, y se y quiero creer, que Jeronimo esta observandote desde alguna parte, con cariño. =)
Cuidate. Saludos!! =D
Andrés: gracias por tu comentario. Créeme que fue algo difícil construir este artículo, porque Jerónimo nos dio muchas alegrías, e inevitablemente me emocioné, especialmente con el video. Con gusto te lo mando. :D
ResponderBorrarSophy: tantos siglos sin saber de ti. Gracias por venir por acá de nuevo. Pues en verdad uno se encariña tanto con los animales, que cuando los pierdes dejan un gran vacío dentro de ti. Lo lindo es que te quedas con todos los recuerdos que viviste con él. Como mencioné en el artículo, a fines de año llega su reemplazante, Misifú II. Será un gran gato, pero no como Jerónimo. Saludos amiga mía :D
ResponderBorrarTe quedas con recuerdos, alguna que otra foto, y la alegria de saber que hiciste todo lo bueno que pudiste para el. No creo, todo gato, toda mascota, todo ser viviente, es unico e irremplazable, por mucho que se pueda parecer. Cada uno tiene lo suyo, y es lo que lo hace especial.
ResponderBorrar=)
Saludos!! =D